martes, 2 de febrero de 2010

Decididamente, ¿soy una carroza?

Una de las cosas que tenía amontonadas para el blog en enero (e incluso antes) era mis problemas con la música actual española y la música actual indie-alternativa, y en esto aparece la France française classique con su chanson classique y me siento como los viejos de cuando salió el rocanrol que decían que como Sinatra o Machín, ninguno.

Pero en fin. Me ha dado por un par de canciones vejestorias, con perdón de la Lady Gaga que me cae simpática. Una es la siguiente:



Y la otra es del tipo de canción que me entran fantasías de cantar pero no puedo:



Y en esto que el fluir de mi conciencia me lleva de Édith Piaf a Pink. Esta mañana me encontré con esto, sacado de los Grammys del domingo, donde por cierto, la que más grammys se llevó fue Beyoncé.

O sea: circo + morbo + mucho espectáculo + Santana aplaudiendo – cualquier cosa remotamente relacionada con las anteriores canciones en materia de chicha musical.

Me temo que estoy tendiendo a ir para atrás como los cangrejos: Kurt Weill, los Gerschwin, Jacques Brel... ¿Me estoy volviendo carroza? ¡Socorro!!!




1 comentario:

  1. Alguna vez me ha dado por pensar en la música que me gustaría escuchar mientras muero. Sé que por varias y contundentes razones es absurdo plantearse desde el presente una elección futura de este calibre porque, entre otras cosas, no puedo prever si tendré el humor o la capacidad para elegir cuando llegue el momento, ni puedo augurar cuántas voces maravillosas me será dado descubrir todavía. Pero si tuviera que responder ahora, creo estar en condiciones de poder afirmar (toma perífrasis) que Édith Piaf será siempre una opción. Incluso Roberto Carlos podría llegar a ser otra, pero Lady Gaga seguro que no. ¿Significa esto que soy carroza?

    No me hace falta saber la respuesta, porque es evidente. Te conviertes en un carroza musicalmente hablando cuando guardas en la memoria todo un sistema de referencia que, inevitablemente, empiezas a utilizar para establecer comparaciones cada vez con más frecuencia. Con tanta frecuencia que acaba por llegar un momento en que tienes la sensación de que todo, todo, incluso lo más novedoso, te suena ya a algo. Y a veces te sorprendes pensando que tal vez no hacía falta innovar tanto para volver a lo mismo.

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